Cubierta de Eragon

4 cosas que no me gustaron de Eragon

Eragon es una saga que leí hace años, bastante después de que Christopher Paolini diese aquel boom con el primero y sacaran aquella película sacrílega.

Y es una saga que disfruté, porque yo tiendo a quedarme con las cosas buenas de cada libro. ¿Qué le vamos a hacer? Soy un optimista literario por naturaleza.

Sin embargo, eso no quiere decir que no reconozca que tiene varios fallos. Fallos que no debería tener un best seller, a poder ser.

Así que hoy te los cuento, naturalmente con spoilers de los buenos. Disfrutemos del salseo literario.

El problema es la planificación… ¿demasiada planificación?

Año y pico de blog y aún no había hecho un homenaje a Homer Simpson. Ya puedo tacharlo de la lista.

Pues sí. El primer fallo de esta tetralogía —originalmente concebida para ser trilogía, pero luego vendieron mucho y… bueno, ya sabes— es la planificación.

O la falta de ella.

Eragon me pareció desde el principio una idea curiosa —no original, me temo—, bien planteada, y escrita sobre la marcha. Por acumulación de letras.

Y no voy a ponerme rancio y a decir esa frase tan cuñada de «yo lo vi venir» —léase con voz de cuñado—, pero poco después de leerlo y de tener esa impresión me enteré de que el autor había tenido que reescribir alguna cosa del primer libro con las siguientes entregas porque se había cometido algunas contradicciones. No sé si es cierto o no, pero ni me extraña ni me importa que haya tenido que hacerlo.

La cuestión es que en la historia falta ritmo. Hay acción a veces muy atropellada y un poco sin sentido, y en cambio hay cientos y cientos de páginas de historias absolutamente prescindibles, como podrían ser esas en las que está con los enanos esperando a que haya elecciones. Sí, se podían haber despachado en unas cuantas páginas —y por la relevancia que les recuerdo, ni eso— y ya estaría.

Así, los tres libros acabaron siendo cuatro, cosa que no gusta en general cuando te han dicho que serán tres. Si van a ser cuatro, lo dices. Cuatro libros y un buen número de páginas prescindibles, que no avanzan la historia en la dirección que deberían. Que pueden ser un buen pasatiempo, sí. Pero no está la literatura para malgastar papel y tinta en páginas que no llevan a ningún lado concreto.

De hecho, la cantidad de páginas totales nos lleva al siguiente error.

¿Y quién es él? ¿A qué dedica el tiempo libre?

¿De qué personaje puede hablar este título? ¿Cuál de toda la saga es ese del que oímos hablar constantemente pero que no aparece hasta las últimas escasas 250 páginas?

Efectivamente: Galbatorix.

No es que yo sea la persona más experta del mundo, pero no recuerdo ninguna saga de buena fantasía en la que el principal antagonista no haya ni aparecido hasta el final.

Y mucho menos que una vez que por fin está, sea para hacer lo que hace.

La saga de Eragon tiene 2764 páginas. Nos hablan de Galbatorix desde el principio. Y me parece bien que el personaje de Eragon tenga que ir superando a malos menores antes de llegar al jefazo final. Pero una cosa es eso, y otra es que en cuatro libros no tengamos mayor acercamiento del villano que los rumores sobre él y la escasa información sobre su pasado.

De hecho, cuando sucede esto en los libros, que un antagonista no aparezca físicamente hasta bien entrada la novela, tienes que hacer palpable su presencia con sus esbirros o con información sobre él. Y aunque lo primero está más o menos bien llevado, la información crea una expectativa muy peligrosa. De Galbatorix se constata en cierto punto de la saga que es absolutamente invencible con los métodos que se conocen —porque tiene defensas para todos los hechizos habidos y por haber, cosa de la que hablaremos enseguida—.

Así, no es de extrañar que al bueno de Eragon se le pongan encima unas expectativas que son inasumibles. Porque ya no es que tengas que formarte y ser lo bastante fuerte como para tener una oportunidad contra tu enemigo. Es que tienes que encontrar una solución que, hasta la fecha, no existe.

Y claro, esa solución, cuando llega, es un deux ex-machina de manual: hechizo hecho por los dragones —ni siquiera por Eragon— que escapa a la comprensión del propio Eragon, aunque sea su canalizador. En este caso el dios en la máquina son los dragones en forma de eldunarí, con el único antecedente mencionado de que, de vez en cuando, los dragones lanzan hechizos hiperpoderosos que a veces ni ellos mismos controlan.

Vamos, que es un as en la manga a partir de ese momento y que vale para cualquier cosa.

Por no mencionar que destruir a Galbatorix «haciéndole comprender…» me sonó a latigazo de altura moral un poco chungo, ya que Galbatorix, como cualquier otro ser humano en el planeta, no se ve a sí mismo como una persona mala. Incluso aunque sepan que hacen cosas malas, pueden creer que es por un bien mayor y un sinfín de justificaciones más, con lo que hacer que el antagonista baje al fin la guardia y se destruya porque «comprenda que ha causado daño» es una solución regulera tirando a mala.

Todo se logra con solo decir: bibidi babidi bu

En toda historia de Alta Fantasía que se precie suele haber magia. Y Eragon no es una excepción.

El sistema de magia de Paolini, además de una copia casi tal cual del poder verdadero de los nombres de Úrsula K. Le Guin y que no tiene ningún nuevo enfoque, es todopoderoso.

Eragon puede hacer cualquier cosa con su magia. Y cuando digo cualquier cosa, quiero decir literalmente lo que sea que se le ocurra, siempre y cuando tenga energía para ello.

Esto viola una regla bastante básica de la buena fantasía, y es que la magia debe tener límites.

Para no alargarme sin necesidad, voy a decir las dos cosas que más me chirriaron —ya que hemos tachado de la lista el famoso e inesperado hechizo de comprensión como fin de la trama—.

La primera es cuando Eragon debe algunos favores y se pone detallista. Como ha aprendido que todos los elementos se encuentran en todos sitios, aunque sea en pequeñas cantidades, y él puede agruparlos y moverlos a su antojo, se va a un solar al lado de su campamento y extrae del suelo partículas microscópicas de oro y hace tres bolas para repartirlas por ahí.

En un sitio en el que no hay oro. Pero es que como todo está en todos sitios…

Hala, solucionados el tema de los favores, el hambre en el mundo y los problemas del capitalismo.

Vamos a la segunda, porque de la primera creo que no hay más que decir. Resulta que una de las cosas que más me interesaron al leer Eldest era que Eragon tenía una lesión de su lucha con Durza que hacía su objetivo aún más difícil. Eso, y que los humanos eran mucho más lentos y débiles que los elfos. Y claro, uno se preguntaba: ¿cómo va un adolescente lisiado a vencer a Galbatorix, si encima es un humano? ¿Cómo va a hacerlo para estar con Arya, si es una elfa y parece que las relaciones interraciales no se ven con los mejores ojos en Alagaësia?

Bueno, pues resulta que con un —otro— hechizo, no solo voy a solucionar la lesión de la espalda de Eragon, cosa que no gustó nada al gremio de fisioterapeutas alagaësianos, sino que encima lo voy a transformar en un elfo.

Vamos a ver. ¿Esto no es un poco trampa? Acabas de chetar a tu protagonista sin coste —porque el hechizo no tiene contrapartida alguna—, curando su lesión y multiplicando sus capacidades. Eragon se duerme después de una buena juerga en las tierras de Arya y se despierta curado y como si estuviera tomando anabolizantes vía intravenosa.

Solucionado el problema del corte en la espalda. Solucionado que seas un humano debilucho. ¡Siguiente!

Si a eso le sumas que hay hechizos para desviar flechas, parar cuchillos que vienen hacia ti, crear alertas, detectar venenos, anular las palabras de muerte de hechizos malintencionados contra tu persona… creo que queda claro el problema de los límites de la magia de esta saga.

Ah, que se me olvidaba, y que Eragon no solo se protege a sí mismo, sino que puede utilizar sus hechizos para proteger a sus colegas también.

Se busca héroe que no lo tenga todo tan fácil

Así, nos queda un Eragon que está en una situación bastante acomodada en general, salvo por el hecho de tener que encontrar la forma de enfrentarse a Galbatorix.

Vamos, que es una pelea entre dioses. Y cuando los seres humanos intentan algo contra alguno de los dos o de otros jinetes, salen con las piernas por delante.

¿Hay algún ser humano en esta saga como tal?

Pues sí que lo hay. Y aquí está la subtrama que disfruté más que la propiamente principal: la de Roran, primo de Eragon.

Roran, apodado Martillazos, ve como su provinciana existencia se va al garete por culpa de Eragon. Los soldados van a su pueblo con ganas de cargárselo todo —supongo que a modo de venganza contra Eragon— y ahí tenemos a un granjero con buena planta, enamorado y con ganas de casarse, que ve como su vida se va a la mierda. Perdonadme el exabrupto.

Ahí comienza una historia interesante en la que Roran tiene que tomar decisiones  difíciles —y lo que es peor, convencer al resto de la aldea de que le sigan— para intentar lo que él cree que es mejor para él, su prometida y sus vecinos.

Una historia más atrayente en mi opinión, precisamente porque cuenta con todos los elementos que crítico de la figura de Eragon: falta de recursos, humanidad y desarrollo en el personaje —del de verdad, del que cuesta trabajo, no del regalado con hechizos sacados de la manga—.

¿Pero Eragon entonces te gustó?

Insisto, Eragon es una saga que disfruté. Sigo insistiendo, y se me está poniendo cara de Matías Prats, yo no soy un lector demasiado crítico, y me suelo quedar con lo mejor de cada obra.

¿Lo mejor de esta? Roran, Arya y Nasuada. Personajes con problemas reales, humanos, y poco más que su ingenio y su fortaleza para intentar superarlos.

Eragon es un protagonista de cartón, una proyección muy clara de lo que querría ser su autor, y al que se le dan muchas ventajas que en cualquier videojuego se considerarían ilegales por romper sus propias reglas. Sí, es así, y si crees que he sido muy duro con esta frase o cualquiera de las anteriores es porque no has visto esta reseña del Geek Furioso de la Literatura. Sin pelos en la lengua y ni un segundo de desperdicio. Te recomiendo que veas el vídeo si te quieres echar unas risas (absténganse los fanáticos de la saga, que pueden salir del vídeo con un buen escozor de oídos).

No obstante, esta crítica no pretende ser destructiva, ni mucho menos. Yo mismo sé muy bien lo dificilísimo que es construir un mundo de la nada, y Eragon tiene muchas fortalezas que, para empezar, le han hecho vender 35 millones de libros. Ahí es nada.

En esta saga hay ideas estupendas, ideas mal desarrolladas, e ideas que podrían haber sido estupendas pero que se han quedado a medio desarrollar.

Y ojalá que cuando se publique mi libro alguien pueda decir eso al menos, y no que todo está mal llevado.

Ahora, lo que me gustaría es que tú me dijeras qué te pareció a ti Eragon. Si percibiste los mismos errores u otros. Que compartamos.

¡Nos leemos!

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