Decía Schopenhauer que «el cambio es la única cosa inmutable».
Todo cambia excepto el hecho de que haya cambios. Y eso es una verdad universal de la que ni siquiera la literatura puede escapar.
¿Qué ha cambiado en la literatura de los últimos años? ¿Son todos estos cambios a mejor? ¿Cuáles de ellos son responsabilidad de los autores/as y cuáles de los lectores/as?
Probablemente necesitaríamos decenas de artículos para responder con profundidad a estas respuestas. Pero hoy sí que voy a opinar sobre uno de estos cambios: el de la eficiencia y la productividad.
Cambios en nuestra mentalidad
Cada vez estoy más sorprendido de ver cómo hemos sustituido el placer de la lectura porque sí para transformarlo en un contador más de experiencias.
Sí, de esos de los que se pueden contabilizar por el número de post en una red social.
¿Voy a ese restaurante? Foto. ¿Veo esa película? Post. ¿Voy a ver una puesta de sol? Reel.
Y si no lo subes, si no lo contabilizas, no lo has hecho.
No importa que sacar el móvil y estudiar el encuadre empeore la calidad de la experiencia. Puede que el plato se enfríe, que me pierda varias frases de la peli o que deje de mirar al ocaso. ¿A quién le importa la calidad si no puedes enseñar a los demás que lo has hecho?
¿De donde proviene esta necesidad de contabilizar?
Por desgracia, serían necesarias muchas respuestas, pues muchos son los motivos: la adicción a los likes, la aversión al silencio mental…
Pero, como te decía al principio de este artículo, otra respuesta sería la de la productividad. La de la eficiencia.
Hemos ido aprendiendo a lo largo de años de una forma tan sutil como persistente que es nuestra responsabilidad aprovechar al máximo el tiempo. Pero en esta idea noble, de manera consciente o inconsciente, se introdujo una pequeña trampa: se dio a entender que «aprovechar» significaba acumular, multiplicar, de nuevo, contabilizar.
¿Qué prefieres? ¿Leer diez mil libros de forma superficial o profundizar bien en quinientos? Sí, quizá algunos de vosotros anticipéis el engaño en la pregunta y elijáis la profundidad, pero eso no es lo que se hace hoy día de forma masiva, lo que se pone en práctica.
Tendencias literarias actuales
Hay cientos de indicios que señalan estas tendencias a la superficialidad=cantidad vs la profundidad=calidad.
- Retos de lectura enfocados en los números por encima de casi cualquier otro criterio («este año me voy a leer treinta libros, el que viene, cuarenta…»).
- Anuncios de lectura rápida en Youtube, con consejos para leer 100 páginas en una hora.
- Predilección por autores/as con un estilo más directo y menos descriptivo.
- Lecturas en diagonal.
Y un largo etcétera.
Vivimos en la era del scroll, de la inmediatez, de la impaciencia. La mayor parte de nuestra satisfacción con cualquier servicio tiene que ver con la velocidad. Piénsalo bien. Ya sea a la hora de pedir comida, de lavar el coche, o de leer un libro, cada vez más seguimos una máxima: lo bueno, si breve…
Por eso muy poca gente llegará al final de este artículo leyendo cada palabra (cada vez menos habitual eso de no saltar párrafos). Por eso este medio pierde en comparación con otros más interactivos. Por eso las redes sociales se enfocan en lo inmediato: el vídeo sobre el texto, lo audiovisual sobre lo literario…
Y lo peor es que, en lugar en remar en la otra dirección, nosotros, los usuarios de dichas redes sociales, jugamos a ese juego aún mejor que sus creadores: reels cortos vs. reels largos, frases efectistas vs. frases profundas, textos breves vs. … Versus nada. A nadie le importan ya los textos en las redes sociales.
La incompatibilidad de la lectura y de las prisas
Llevo un ratito (no demasiado, espero, aunque hoy en día cualquier segundo de más es un lujo) hablando contigo sobre la vorágine del mundo actual. Sobre sus prisas. Sobre sus ritmos.
Pero, ¿qué lugar ocupa la lectura en todo esto?
Este humilde artículo no es más que una reivindicación. Es una forma de recordarte(me) que la lectura es una actividad pausada por definición. Que requiere que nos aislemos de todo lo demás y nos dejemos llevar. Sin prisas. Sin imposiciones. Disfrutando por el camino.
La lectura es enemiga de esa escalada infinita de productividad, ya que el valor subjetivo de un libro a menudo es directamente proporcional al tiempo que buceamos en él.
Lo siento, pero no es posible que una persona que lee (una descripción, un diálogo, un pensamiento) con pausa sienta las mismas cosas, al menos en lo referente a profundidad, que una que lo lea con las prisas de hoy en día.
Y más que una crítica a nadie, es una crítica a mí mismo. Porque me fuerzo a llegar al trabajo como docente, al trabajo como escritor, a las redes sociales profesionales, a mi vida social, a mi vida deportiva, y a mi mayor entretenimiento: la lectura. Pero, para conseguirlo, agendo los minutos y cuadro los tiempos, pasando por alto el más elemental de los principios: que leer es un placer, no una obligación, y, como tal, hay que hacerlo cuando apetece y al ritmo que pida el cuerpo.
Y que conste que intentar leer más es algo estupendo. Yo mismo di diez consejitos para mejorar en ese aspecto. Pero ninguno de ellos tenía que ver con la velocidad a la que leías, sino en transformarlo en un hábito. Más aún, un hábito que fuera un momento de paz y de disfrute.
La literatura cambia al mismo tiempo que la sociedad. Lo que quizá deberíamos preguntarnos es si todo cambio es positivo.
Si preferimos creadores de contenido que creen sabiendo que si no apuestan por la superficialidad, por la ligereza, no van a ser consumidos (vaya palabra fea para hablar de arte).
Si preferimos ver diez reels de siete u ocho segundos con dos o tres frases flotando en el aire y una música animada de fondo, a leer el texto («perdonad el tochaco…») sincero y profundo de una reseña reflexionada.
No os disculpéis por los tochacos. No pidáis perdón por huir de la superficialidad.
Sé que cada vez somos menos, pero quiero ser esa resistencia que prefiere el análisis exhaustivo. Me dan vida vídeos de 20 minutos bien trabajados de las obras que me gustan. Escucho podcast de dos horacas (y más) cuando aprendo y me divierto al mismo tiempo, y se me pasan como un cuarto de hora. Disfruto de «tochacos» de mil páginas que, quizá no me permitan leerme cuarenta libros al año, pero me dan las capas de un mundo que siento de una forma más vívida a veces que el mío propio.
Lectores/as, que siempre recordemos que las letras que tocan el corazón, las que de verdad emocionan el alma, no se llevan bien con la inmediatez.
¿Tú qué opinas?
20 febrero, 2022
Ay! Cuánta razón Álvaro! Yo misma me he sentido mal algún que otro año cuando he visto a gente que en un año llegaba a leer nada menos que 50 libros. Yo soy lenta por naturaleza, para todo (incluido leer) pero aún no he olvidado del todo ningún libro que haya leído, de algún modo todos me han dejado marca, y es que el libro que se va en unas horas, es difícil que marque, porque no ha dado tiempo a crear una relación con él (o esa es mi opinión) pero un libro que tomas tu tiempo de leer siempre de algún modo lo recuerdas, aunque sean pequeños detalles, te marca
25 febrero, 2022
No puedes llevar más razón, Annya. A veces se nos olvida lo importante que es leer «como comen los pájaros», picotear un poco en el libro y levantar la cabeza, asimilando la lectura. Creo que mis lecturas y el impacto que tienen sobre mí no serían las mismas si no releyera cuando creo que no me he detenido lo suficiente en una metáfora bien elegida o una descripción maravillosamente llevada. Esto es enemigo de tener el objetivo de leer más en lugar de mejor, porque cuando sientes la presión del reloj quizá no te tomes la misma libertad de releer o volver sobre pasajes que no has disfrutado del todo, ¡y eso para mí sería un crimen!
No quiero despedirme sin reivindicar los derechos de las personas que somos lentas por naturaleza para todo. ¡También tenemos derecho a disfrutar de la vida a nuestro ritmo! =P
Gracias por pasarte a comentar. Un abrazo
21 febrero, 2022
Como bien comentas «muy poca gente llegará al final de este artículo leyendo cada palabra». La sociedad evoluciona y cambia y, por tanto, también la literatura. Pienso que uno de los motivos es la falta de concentración en una tarea. Me contaron una anécdota unos familiares que cuando se pusieron a ver la película Alien, sus hijos se aburrieron y estaban más pendientes del móvil. A lo que voy es a la dispersión multicanal que trae consigo la tecnología.
25 febrero, 2022
A mí es una cosa que me da bastante miedo. Cada vez tengo más claro que, en algún momento de mi vida, quizá cuando sienta que ya no puedo más o que es el momento de recuperar viejas (y buenas) costumbres, me impondré ratos libres de móvil, correo o tablets. Momentos de desconexión precisamente para que mi concentración no se disperse cuando la necesito a toda máquina.
Gracias por pasarte a comentar, Santi. Un abrazo